Hispania Sacra 76 (153)
ISSN-L: 0018-215X, eISSN: 1988-4265
https://doi.org/10.3989/hs.2024.1219

Reseña de / Review of: Rodríguez Díaz, Elena E., En el origen del libro gótico castellano. El scriptorium toledano de San Vicente de la Sierra, Colección Historia 399, Universidad de Sevilla, Sevilla, 2023, 196 págs., ISBN: 978-84-472-2280-3.

 

Elena E. Rodríguez Díaz, catedrática de la Universidad de Huelva, se ha ganado un merecido reconocimiento en el ámbito de la codicología y la paleografía gracias a su dilatada trayectoria investigadora. En esta monografía se adentra en uno de los capítulos más sugestivos y nebulosos de la cultura libraria de Toledo, que nos aproxima —según reza el título— a los orígenes del libro gótico castellano. Entre las motivaciones que han impulsado este trabajo, destaca el atractivo histórico de la segunda mitad del siglo XII en un área de frontera. La autora reconoce que la época y el contexto histórico poseen «la complejidad de las etapas de transición, pero también la riqueza que implica la coincidencia de mundos dispares, enfrentados o entremezclados» (p. 17). A ello se añade la propuesta que tiempo atrás le lanzara Ramón Gonzálvez Ruiz, a quien va dedicado el libro.

Desde las páginas introductorias, el lector percibe un conocimiento muy exhaustivo de la bibliografía relativa a la abadía de San Vicente de la Sierra (pp. 13-18). La base del estudio está formada por cuatro códices que Juan Francisco Rivera Recio relacionó en 1969 con ese centro canonical, desde el que fueron trasladados a la Biblioteca Capitular de Toledo (BCT). Se trata fundamentalmente de libros litúrgicos: un martirologio de Usuardo con necrologio (BCT, ms. 39.25, s. XII med.), un sacramentario (BCT, ms. 37.18, s. XII 2/2), un breviario (BCT, ms. 33.5, s. XII 2/2) y un volumen con seis sectores textuales, entre los que sobresale el Comentario de Hugo de San Víctor a la Regla de San Agustín, terminado en el año 1208 (Biblioteca Nacional de España [BNE], ms. 10100), proveniente de la catedral toledana (olim 14.18). A propósito de la datación del breviario, puede ser útil apuntar que los benedictinos de Solesmes lo sitúan en el siglo XIII en el Catalogue des Manuscrits de l’Atelier de Paléographie Musicale (n.º 344), mientras que José Janini y Ramón Gonzálvez lo hacen a finales del XII (Catálogo de los manuscritos litúrgicos de la Catedral de Toledo, Toledo 1977, n.º 17, p. 64).

En el capítulo primero (pp. 19-39) Rodríguez Díaz desglosa la trayectoria de San Vicente desde su fundación, en una fecha cercana al año 1148, hasta su secularización en 1301. En su exposición no esquiva las cuestiones más problemáticas, ponderándolas a la luz de la información conocida. No hay que olvidar la complejidad del tema, puesta de relieve recientemente por José Antonio Calvo Gómez, quien considera que «los datos son más que confusos» y que la historia de la canónica vicentina está por hacer (La vida en común del clero medieval, Madrid 2016, pp. 441, 445 y 587). Desde luego, no parece nada probable que San Vicente de la Sierra llegase a pertenecer a la Orden de San Rufo de Aviñón. Por otra parte, tampoco carece de interés la mención a «nuestros santos padres Jerónimo y Agustín», que aparece en la sección ritual del sacramentario (p. 23). Pero es, sin duda, la información toponímica y onomástica proporcionada por las anotaciones necrológicas del ms. 39.25, escritas entre los años 1161 y 1278, donde la autora descubre el filón principal para esbozar un escenario verosímil sobre una institución religiosa que —en su opinión— «debió tener una proyección mayor de la que ha quedado reflejada en las fuentes documentales» (p. 29). Los canónigos de San Vicente, en efecto, se implicaron plenamente en la cura animarum y mantuvieron un estrecho contacto con los pobladores de la sierra homónima y de las regiones colindantes (p. 39).

El capítulo segundo (pp. 41-82) está dedicado a la descripción de los cuatro códices citados. El examen de su factura material se ve constantemente enriquecido mediante la comparación con otros testimonios de la producción libraria castellano-leonesa de aquella época. En cuanto al contenido, sigue sin resolverse la disparidad existente entre el sacramentario y el breviario, ya que el primero incorpora elementos locales en el ritual y el santoral, mientras que el segundo se muestra impermeable a los santos hispanos (p. 46). Queda por hacer un estudio litúrgico-musical comparado que identifique con precisión la filiación de ambas fuentes, que a pesar de haberse confeccionado en el mismo scriptorium (p. 51), reflejan actitudes litúrgicas diferentes. En cualquier caso, el análisis del pergamino, los cuadernos (con uso de bifolios artificiales) y su ordenación (que incluye el reclamo vertical), la preparación de las páginas, la copia del texto y la iluminación hace pensar «en un taller que debió haber sufrido períodos de limitaciones económicas y técnicas, con alguna etapa en la que contó con iluminadores de mejor calidad y que no formó parte, ni estuvo relacionado, con los importantes talleres de la ciudad de Toledo que elaboraron obras de alta calidad en el siglo XII» (p. 81). Se trata sin duda de códices producidos en un medio rural expuesto a las vicisitudes propias de los espacios de frontera (p. 114).

El capítulo tercero (pp. 83-108) aborda la cultura gráfica de los códices vicentinos, la cual evidencia un período de transición paleográfica hacia la escritura gótica. Rodríguez Díaz examina aquí, siempre de forma comparada, el ductus y el trazado, la morfología alfabética, los nexos y ligaduras, los sistemas y signos de abreviación y las señales de corrección. Todo este recorrido analítico confirma —en su opinión— la producción material en un mismo ambiente técnico. Incluso en el caso concreto del breviario, carente «de cualquier indicio sobre su lugar de confección» (p. 110), el uso del reclamo vertical permite situarlo de forma inequívoca en la región de Toledo.

Por su parte, el ms. 10100 de la BNE plantea una problemática particular: la relevancia otorgada a los santos Vicente y Leto en las letanías de los sectores D y E (ff. 119r-129r y 130r-134v, respectivamente). La autora admite que «el problema no está resuelto y lo que se puede afirmar con seguridad es que el manuscrito en su conjunto se confeccionó en la región de Toledo para uso de canónigos regulares de San Agustín». A modo de hipótesis plantea, además, que se confeccionase «para ser enviado a alguna abadía dedicada a Vicente y Leto que, al final, no se produjo» (p. 113).

Entre las conclusiones, merece destacarse que los códices vicentinos, escritos por copistas mayoritariamente hispanos (p. 115), fueron «pioneros en el uso de técnicas que, con el tiempo, se difundirán primero por los reinos de Castilla y de León, y más tarde por el resto de la Península y de Europa central» (p. 117); en concreto, el estudio codicológico permite asegurar «que el reclamo vertical es de origen hispano y arranca de las décadas finales del siglo XII» (p. 118). La producción toledana de los siglos XII y XIII evidencia así su extraordinario interés «para el conocimiento codicológico y paleográfico del reino de Castilla y para la amplia problemática que suscita la época de transición hacia la estética y configuración del libro gótico en España» (p. 120).

La obra culmina con un buen número de apéndices: el primero transcribe el necrologio de San Vicente, disperso entre los ff. 1r-67v del ms. 39.25 (pp. 123-137); el segundo incluye el santoral y los seis añadidos textuales en el mismo códice, entre los cuales figuran Isidoro de Sevilla, Nunilo y Alodia, y Claudio, Lupercio y Victorico (p. 139); el tercer apéndice contiene la misa de santa Ana del sacramentario (p. 141); en el cuarto se ofrece una descripción individualizada de cada manuscrito, que en adelante ha de ser una referencia para los estudiosos (pp. 143-158); dado su valor, esa descripción podría haber encabezado tal vez la sección de los apéndices; a continuación, se ofrece la representación gráfica de la estructura de los cuadernos (pp. 159-161), seguida de la de los tipos de pautado (p. 163); el séptimo y último contiene una selección de fotografías de los códices —algunas en blanco y negro— (pp. 165-178). Las fuentes y la bibliografía (pp. 179-196) cierran esta monografía, que sin duda supone un avance en el conocimiento del libro gótico español. Confiamos en que, sobre esta base, se lleven a cabo ulteriores investigaciones desde la liturgia y la musicología, que contribuyan a desvelar los enigmas que aún permanecen en torno a San Vicente de la Sierra y su scriptorium.