Álvaro Fernández de Córdova recoge en este trabajo un pormenorizado estudio sobre las relaciones (diplomáticas y no solo) de Giuliano della Rovere con la Monarquía hispánica y sus agentes hasta la muerte de Isabel la Católica. No se trata, por tanto, de un trabajo que se centre de manera exclusiva en las relaciones entre el papado y los Reyes Católicos. El relato se enriquece al incluir una extensa introducción en la que se analiza la labor del cardenal de San Pedro ad Vincula durante los pontificados anteriores. Quiso el destino que el nipote de Sixto IV, encargado de las relaciones con los poderes hispanos y napolitanos, llegase a la máxima magistratura eclesiástica, aportando una red de relaciones e intereses más bien poco favorables a las posiciones hispanas en Italia. Mientras tanto, ya era conocida la actitud belicosa del cardenal durante el papado de Alejandro VI. Sin embargo, en este trabajo se documenta con mayor sistematicidad la actividad del cardenal y, sobre todo, se inscribe en el seno de su historia familiar, una cédula de sociabilidad clave para comprender las relaciones de los poderes italianos en el Quattrocento.
Las guerras de Italia, que el autor tan bien conoce (como ha demostrado en otros trabajos), aparecen como telón de fondo y uno de los grandes hilos explicativos del relato. Gracias a un ímprobo trabajo de archivo y relectura de fuentes editadas se ofrece una visión renovadora de los juegos de interés entre las diferentes potencias, valorando el peso específico de cada uno de los actores en liza. Génova, solar patrio de Julio II, se convierte en un punto de especial atención, al mismo nivel que el control del puerto ostiense, especialmente en los capítulos iniciales. Su protagonismo da paso a la resolución del problema de Cesar Borgia, un personaje que tantos problemas dio a la Monarquía, tanto siendo su enemigo como su aliado. La ocupación de las plazas del pretendido ducado borgiano se trata a modo de nudo gordiano, siendo la recuperación de Forlí y el encarcelamiento (ya en Castilla) del Borja uno de los pocos puntos de encuentro entre el papado y los soberanos hispanos con los que se comenzaron a tender lazos en una relación siempre tensa. Finalmente, por lo que respecta al análisis del polvorín italiano, la relación con Venecia es el tercero de los pilares en los que se centra el análisis de este trabajo. Se destaca la fortaleza de la alianza entre aquella república y los Reyes Católicos, así como la animadversión de Julio II, firmemente decidido en la recuperación del dominio pleno sobre las plazas ocupadas por la Señoría.
Junto a esta panorámica general, a lo largo del trabajo se van estableciendo algunas líneas interpretativas de gran interés, en especial en lo que respecta a la historia de la diplomacia. En nuestra opinión, uno de los aspectos más destacables es la diferencia que se nos muestra entre el sistema diplomático hispano y el francés. Frente a la fuerza militar hispana (especialmente señalada en la batalla de Gallerano), los agentes franceses aparecen en este trabajo como el punto fuerte de los soberanos galos, ya sea en sus relaciones con el Imperio o con las diferentes potencias italianas. El sistema hispano se muestra con un carácter fragmentario (o policéntrico, señalaríamos nosotros) en donde el cuerpo diplomático debió hacer frente a diferentes intereses en liza. Es importante señalar la disparidad de criterio de Isabel I y de Fernando II en diferentes cuestiones de la política internacional. Pero también los intereses (geoestratégicos y puramente personales) de los delegados en Roma y Nápoles, así como de los miembros hispanos de la curia papal, tuvieron que encontrar un diálogo y un proceso de armonización. El resultado fue la creación de un sistema complejo y, aun así, muy efectivo, cuyos entresijos se van desgranando a lo largo de las páginas de este texto.
Como resulta necesario, la cuestión beneficial y la política religiosa también aparecen con especial fuerza entre los argumentos tratados en el libro. Muy especialmente a partir del capítulo tercero el autor señala la sintonía entre los soberanos hispanos y el papado en cuestiones relacionadas con la reforma de las órdenes religiosas (e incluso militares). Es el caso de la reforma benedictina, que se vehicula especialmente a partir de los esfuerzos reformistas del cenobio de Montserrat. El motivo no es solo el empeño de los monarcas en este centro y su éxito posterior. Además, el propio cardenal Della Rovere compartía intereses con este monasterio al ser su abad comendatario. También se señala en estas páginas la reforma del Císter y el impulso que Julio II otorgó a la formación de sus novicios con un nuevo colegio en la Universidad de Salamanca. Incluso, se completa esta faceta señalando la diferente evolución en la reforma de la orden dominica (más proclive) y los franciscanos (con mayores dificultades internas).
Junto a ello, nos parece más relevante señalar el análisis de algunas cuestiones de gran calado que el autor presenta desde una perspectiva de larga duración. Es el caso, por ejemplo, del desarrollo de la figura del cardenal protector. Una vez más, Francia parece una potencia más decidida a este respecto. Mientras tanto, en el caso hispano, siguiendo las conclusiones del autor, aunque la figura del cardenal Carvajal presentó tintes similares nunca tuvo un reconocimiento tan señalado por los Reyes Católicos, habida cuenta del carácter fragmentario de la diplomacia hispana ya señalado. Del mismo modo, también resulta de sumo interés el análisis de los cónclaves (de elección de Pio III y Julio II). En él se señala ya el derecho de exclusión (siquiera de carácter indirecto) de la Monarquía hispánica en la elección pontifical. A su vez, se valora el rol cada vez más vinculante de los acuerdos previos a la elección papal.
Mientras, visto desde una perspectiva de afianzamiento del poder papal, en estas páginas se señala en diferentes ocasiones el cambio progresivo del colegio cardenalicio desde el ideal senatorial romano hacia las nuevas dimensiones autoritarias. Los mecanismos señalados son el ceremonial y la política de nombramientos. Además, se analiza la dimensión cortesana de la curia papal y la violencia ritualizada que emanó de los conflictos políticos del momento (especialmente el franco-español por el dominio de Nápoles). Junto a ello, también se realiza un pequeño análisis prosopográfico de los principales colaboradores hispanos de Julio II. Así, y a pesar de las difíciles relaciones políticas entre íberos y el papado, nos encontramos con un nutrido grupo de naturales de la península ibérica en las más variadas posiciones de la curia. El texto señala desde financieros burgaleses hasta expertos en la cancillería y otras instituciones de justicia. Por supuesto, los afamados cantores y músicos de nuestro renacimiento aparecen en estas páginas. Finalmente se tienen en cuenta formas de sociabilidad como las cofradías y hospitales de la Ciudad Eterna de las que todos estos oficiales formaron parte en mayor o menor medida.
Respecto a la diplomacia y la política exterior, también se extraen importantes conclusiones en el estudio de la política religiosa. Sin duda las disputas por nombramientos, típicas de momento, se recogen en el texto, al igual que la pugna por los derechos de patronato (ibérico y napolitano) cuyas diferencias se señalan. Además, propiamente en el Regno se analiza la mano del Gran Capitán. Por un lado, aparece la importancia netamente gubernativa y administrativa sobre el nuevo territorio conquistado. Pero además se muestra también cómo el reino partenopeo fue un caballo de batalla entre el general y Rojas en el reparto de beneficios y pago de servicios. A su vez, la cuestión religiosa aparece con un carácter cada vez más importante en el Mediterráneo a la hora de afrontar las relaciones con los soberanos turcos e incluso con Egipto, que también se tratan someramente en este texto.
El final del estudio llega con la muerte de Isabel I. El deceso abre una nueva situación internacional debido al aumento de la relevancia de los Habsburgo en la política internacional. Las previsiones de Luis XII a este respecto, que se habían materializado en la firma del tratado de Blois, dieron lugar a la creación de la liga homónima contra Venecia. El análisis de este precedente de la liga de Cambray resulta el epílogo de un trabajo que promete, con publicaciones posteriores, sentar las bases de la interpretación de las relaciones hispano-papales en un periodo tan crítico como poco estudiado como es el gobierno en solitario del Rey Católico.