Nunca hubiese imaginado que un estudio histórico referido a la economía y la administración de una institución pudiese ofrecer un análisis de los documentos archivísticos tan lúcido como el del libro aquí reseñado. Su original enfoque ofrece nuevas perspectivas esenciales para releer las fuentes primarias, hasta el punto de que considero que marca un hito historiográfico. A ello se suma una rigurosa metodología científica expresada mediante una amena redacción, de resultados brillantes.
El libro, escrito en inglés británico por Michael Spence, se podría intitular en español La abadía cisterciense de Fountains (Yorkshire) de la Edad Media tardía a inicios de la Edad Moderna. Administración monástica, economía y memoria archivística. Así, incluiría la Época Moderna, pese a que no conste en el título original, pues el análisis abarca hasta el siglo XVI. La omisión parece deberse a motivos editoriales, pues la publicación forma parte de la serie sobre Estudios Medievales Monásticos iniciada por Brepols en el año 2015.
La obra aborda la historia del nacimiento, desarrollo y ocaso del citado monasterio cisterciense del norte de Inglaterra, recorriendo su pasado económico, administrativo y archivístico en la época aludida. Su análisis es trascendental, pues ofrece una lectura magistral de las fuentes manuscritas, imbricándolas en el acontecer histórico. Obtiene información tanto de los datos textuales como de la materia escrita en sí, cuya observación codicológica y paleográfica también sirve para recrear el pasado abacial. Así, vincula las rentas monásticas con el mecanismo usado antiguamente para administrarlas; es decir, con escribir documentos y con archivarlos.
Su perspectiva es crucial, máxime cuando las fuentes documentales, necesarias para escribir la historia, suelen ser desplazadas en los modelos de referencia historiográficos sobre economía y administración. Para explicar lo recién afirmado abriré un paréntesis. Numerosos historiadores se surten de fuentes primarias para recrear la historia económica y administrativa de una entidad, cuya alusión archivística despachan citando el obligado registro catalográfico. De ese modo, los manuscritos adoptan un carácter auxiliar, pues suelen olvidarse de integrar en su historia las fuentes y los archivos coevos (que precisamente sirvieron para administrar tal institución). Eso funciona en algunos casos, pero el dechado para esas investigaciones no debe reducir tanto la información archivística (aunque la metodología histórica tienda a proceder así). Al respecto, me resulta incomprensible comprobar cuántos estudios tradicionales desatienden el propio acervo documental de la entidad gracias al cual gestionaban y garantizaban sus rentas, propiedades, derechos, etcétera. Con esto, cierro mi paréntesis para volver a la reseña de un libro cuya búsqueda de información en las fuentes intenta, a su vez, comprender por qué motivo se redactaron los documentos y se conservaron sus archivos.
Spence reconstruye la historia basándose, principalmente, en once manuscritos esenciales, procedentes de bibliotecas como la Bodleian o la British Library. De ellos, nueve son cartularios, son colecciones encuadernadas de cartas copiadas por la propia institución. Un cartulario es un registro para recoger las posesiones de fueros y derechos, una herramienta administrativa «que presenta una imagen colectiva del pasado que las cartas individuales no pueden transmitir. Y, si en lugar de reproducir fielmente la forma y el contenido de los documentos originales, el compilador de un cartulario opta por omitir algunos elementos o enmendar otros, está alterando la imagen colectiva y, por lo tanto, re-presentando el pasado» (p. 14). Por ello, tiene en cuenta la posible censura, destrucción y manipulación intencional de los textos. Al comparar las diferencias entre manuscritos aplica un enfoque holístico, que no solo valora su contenido, pues «la forma en que dicen algo puede ser tan importante como lo que dicen» (p. 14). Así, abundan sus deducciones sobre la transmisión textual de los documentos supervivientes o sobre el propio archivo, que —subraya— no era estático ni autónomo.
Los sucesivos guardianes del archivo abacial lo expusieron a sesgos mediante los que remodelaron el material documental según sus intereses. Al respecto, Spence también atiende a los redactores y custodios de esos documentos. Entre ellos, destaca el abad John Greenwell (1442-1471), quien se volcó en intentar recuperar el prestigio empañado de Fountains, y en revisar la estructura económica y financiera abacial. El rastro de su puño y letra se evidencia en diversos capítulos, cuya memoria escrituraria y archivística sigue Spence con una maestría de tintes detectivescos.
Desgranada hasta aquí gran parte del libro, conviene señalar otros datos esenciales; para ello, repasaré los capítulos por orden, aunque me centre más en los dos primeros, que hasta ahora he desatendido. El primero, titulado «La abadía de Fountains» (Fountains Abbey, pp. 21-35), aborda su evolución histórica. Comienza desde los oscuros orígenes del monasterio, en la década de 1130, cuando creció y se enriqueció rápidamente, aún en un contexto de gran inestabilidad política. Era una abadía centralizada donde el personal monástico organizaba un complejo sistema agrícola y ganadero (de ganado ovino, dedicado especialmente a producir lana) de explotación directa, donde abundaban las granjas y hospederías como unidades semiautónomas. Después, a finales del siglo XIII, diversas deudas obligaron a transformar su organización, y las tierras de cultivo pasaron a ser trabajadas mediante arrendatarios, o a convertirse en villas señoriales. También se adoptaron medidas para mejorar la eficiencia al cobrar rentas, estrategia que iría ganando protagonismo irremisiblemente.
Sin embargo, la inestabilidad económica coeva acompañaba a la inestabilidad política y religiosa, que afectaban tanto al país como a la abadía. La difícil situación se agravó cuando, a finales del siglo XIV, se dio el Cisma de Occidente. Entonces, Francia se adhirió a Avignon, e Inglaterra a Roma, con todas las complicaciones que conllevó la circunstancia de que ese poder nunca fuese aceptado completamente por todos los cistercienses ingleses. A eso se añadieron, después, agravantes tales como la Guerra de las Rosas. El resultado fue un siglo XV inestable también para el monasterio, máxime con unas disputas electorales abaciales que conllevaron grandes despilfarros de riqueza por parte de diferentes candidatos, apoyados por magnates rivales. Esos y otros enfrentamientos mancharon el nombre de la abadía; las rencillas políticas monárquicas y papales fueron de tal calibre que en ese contexto se sitúa el intento de envenenar a Greenwell en 1447. Este abad erudito entró en escena a mediados del siglo XV cuando, interviniendo en los manuscritos y su conservación, intentó que la abadía se recuperase, mediante una campaña de autorrepresentación institucional.
El capítulo 2 se titula «La abadía de Fountains en el largo siglo XV» (Fountains Abbey in the Long Fifteen Century, pp. 38-52). Denomina así a una centuria que se prolonga desde la mitad del siglo XIV a la del XVI, de cuando sobrevive la mayoría de manuscritos, pero que, curiosamente, ha sido la menos estudiada hasta ahora. Spence ofrece un contexto político y económico general para describir los males que mermaron la población sustancialmente, como varias plagas o la peste negra y sus secuelas, aportando nuevas interpretaciones sobre la reacción del monasterio respecto a los altibajos sufridos por la abadía ante diversas incertidumbres financieras. Sin embargo, cuando esa casa cisterciense se disolvió, era la más rica del país, y sus ingresos procedían principalmente de sus rentas. Su prosperidad financiera no fue fruto de la caridad ni la casualidad; fue resultado de varias decisiones comerciales complejas acertadas, producto de un pragmatismo económico asesorado por un comité interno. Para que esa prosperidad fuese estable, eran esenciales los registros, de cuya redacción y archivado ofrece Spence una revisión modélica. En el llamado largo siglo XV se dieron complicados retos financieros y políticos que también se reflejan en los vacíos y ausencias documentales.
Sobre los siguientes capítulos ya avancé información, por lo que los recorreré sucintamente. El tercero trata sobre «Cartas, cartularios y redacción archivística» (Charters, Cartularies and Archival Redaction, pp. 53-60). En él se vinculan la redacción de los manuscritos con la manipulación de la memoria escrita en el archivo, que pervive selectivamente mediante un proceso sesgado de preservación o de eliminación intencional.
El capítulo 4, «¿El auxilio memorístico del abad Grenwell?» (Abbot Grenwell’s Aide-Memoire?, pp. 61-73), establece la metáfora de esa ayuda para recordar con el manuscrito llamado Libro del presidente de la abadía de Fountains. Al mostrar las diversas formas en que los textos fueron enmendados y reformados, Spence analiza las particularidades de ese volumen. Lo considera esencial para ayudar a reformular el pasado, para reevaluar la estructura económica monástica, y para cruzar datos o sonsacar más información de otros cartularios, hasta el punto de permitirle deducir que debió de existir otro cartulario que no ha sobrevivido.
El capítulo 5, «Redacción creativa» (Creative Redaction, pp. 75-91), profundiza, en parte, sobre ideas antes pinceladas, y analiza el Libro del presidente para aportar datos sobre cómo Greenwell pudo ayudar a lograr su objetivo de restaurar el prestigio de la abadía, redactando documentos pretendidamente anteriores con los que recreaba su percepción del pasado. Así, Spence identifica las partes de aquel manuscrito con las de otros cartularios y con las del posible cartulario inexistente ya citado, que pudo servir como puente entre los conservados hoy. Asimismo, atribuye a los manuscritos nuevas dataciones y autorías que cambian teorías anteriormente aceptadas (que retomará en el capítulo 7).
En el capítulo 6, «Redacción reflexiva» (Reflective Redaction, pp. 93-112), Spence sonsaca información de los cartularios, aplicando en parte su método analítico deconstructivo. Así, por ejemplo, aporta datos sobre unos pastizales importantes para la abadía, cuando esta buscaba proteger su posición financiera, a la par que justifica una vez más la evidencia de un antiguo cartulario perdido.
Spence continúa analizando los cartularios en el capítulo 7, «Una aproximación forense a los cartularios de Fountains» (A Forensic Approach to Fountains Cartularies, pp. 113-132). Además de aportar nuevas atribuciones de data y autoría a los manuscritos, valiéndose del método comparativo que tilda de forense, intuye la vida activa de los documentos ya conocidos, y aventura la existencia de otros textos perdidos actualmente. Dado que los principales cartularios analizados son inéditos, incluye varios apéndices con descripciones codicológicas, necesarias para respaldar sus interpretaciones, pero demasiado especializadas para constar en el cuerpo del libro, por lo que los sitúa complementariamente al final (pp. 143-189). Spence plantea que, si en el futuro se publican ediciones críticas de esos volúmenes, se podrán revisar sus deducciones.
Siguen unas interesantes conclusiones (pp. 132-142). Algunas se refieren al modo en que la abadía afrontó los problemas políticos y religiosos del país, así como los eventos adversos (pestes, plagas, guerras, etc.) en relación con su modelo económico, que se vio abocado a cambiar drásticamente. Las diversas medidas adoptadas fueron insuficientes para encarar la situación, que solo mejoró básicamente desde mediados del siglo XV gracias a Greenwell, según se refleja, por ejemplo, en el Libro del presidente. Spence muestra una vez más cómo un conjunto incompleto de registros puede servir para aportar datos si se utiliza la metodología forense. Asimismo, acompaña sus explicaciones con un valioso esquema que relaciona unos y otros manuscritos y cartularios con el Libro del presidente. En él recrea cuál pudo ser la relación documental entre ellos, a partir de la información administrativa, financiera, económica (sobre registros de derechos de pastoreo y tierras cultivables, cobros de pago adeudados, etc.), archivística y codicológica ya desmenuzada en el libro. Sus deducciones son indispensables para cambiar la perspectiva para entender las fuentes en la historia de la economía y la administración, dado que, en su caso, todos los manuscritos que examina «transmiten algo más que meras palabras en sus folios», cuya «redacción no es un fin en sí misma, sino un medio para un fin» (p. 141). Además, propone que su metodología podría aplicarse a otras entidades con archivos supervivientes similares, para establecer comparaciones (p. 142). Cierro esta reseña deseando que así sea, para que su excelente modelo de análisis influya en otras investigaciones y, si las fuentes lo permiten, enriquezca y transforme las maneras más tradicionales de hacer historia.